《总统先生》西班牙语(西班牙留学网xibanya.liuxue86.com)
XXXVIII
El viaje
Y ese río que corría sobre el techo, mientras arreglaba los baúles, no desembocaba allí en la casa, desembocaba muy lejos, en la inmensidad que daba al campo, tal vez al mar. Un puñetazo de viento abrió la ventana; entró la lluvia como si se hubieran hecho añicos los cristales, se agitaron las cortinas, los papales sueltos, las puertas, pero Camila siguió en sus arreglos; la aislaba el hueco de los baúles que iba llenando y aunque la tempestad le prendiera alfileres de relámpago en el pelo, no sentía nada lleno ni diferente, sino todo igual, vacío, cortado, sin peso, sin cuerpo, sin alma, como estaba ella.
—... ¡entre vivir aquí y vivir lejos de la fiera! —repitió Cara de Ángel al cerrar la ventana—. ¿Qué dices?... ¡Sólo eso me faltaba! ¡Acaso me lo voy huido!
—Pero con lo que me contabas anoche de los brujos jicaques que bailan en su casa...
—¡Si no es para tanto!... —un trueno ahogó su voz—. ... Y además, dime: ¿qué podrían adivinar? Hazme el favor: el que me manda a Wáshington es él; él es el que me paga el viaje... Así, ¡caramba! Ahora, que cuando esté lejos cambie de parecer, todo cabe en lo posible: te vienes tú con el pretexto de que estás o estoy enfermo y que por vida suya nos busque después en el almanaque...
—Y si no me va dejando salir...
—Pues vuelvo yo callada la boca y nada se ha perdido, ¿no te parece? La peor cacha es lo que no se hace...
—¡Tú todo lo ves tan fácil!...
—Y con lo que tenemos podemos vivir en cualquier parte; y vivir, lo que se llama vivir, que no es este estarse repitiendo a toda hora: «pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo; pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo...».
Camila se le quedó mirando con los ojos metidos en agua, la boca como llena de pelo, los oídos como llenos de lluvia. —Pero ¿por qué lloras?... No llores...
—¿Y qué quieres que haga?
—¡Con las mujeres siempre ha de ser la misma cosa!
—¡Déjame!...
—¡Te vas a enfermar si sigues llorando así; sea por Dios!...
—¡No, déjame!...
—¡Ya parece que me fuera a morir o me fueran a enterrar vivo!
—¡Déjame!
Cara de Ángel la guardó entre sus brazos. Por sus mejillas de hombre duro para llorar corrían dos lágrimas torcidas y quemantes como clavos que no acaban de arrancarse.
—Pero me escribes... —murmuró Camila.
—Por supuesto...
—¡Mucho te lo encargo! Mira que nunca hemos estado separados. No me vayas a tener sin carta: para mí va a ser agonía que pasen los días y los días sin saber de ti... ¡Y cuídate! No te fíes de nadie, ¿oyes? Que no se te entre por un oído, de nadie, y menos de lo paisanos, que son tan mala gente... ¡Pero lo que más te encargo es... —los besos de su marido le cortaban las palabras— ... que... te encargo... es que... que... te encargo... es que me escribas!
Cara de Ángel cerró los baúles sin apartar los ojos de los de su esposa cariñosos y zonzos. Llovía a cántaros. El agua se escurría por las canales con peso de cadena. Los ahogaba la aflictiva noción del día próximo, ya tan próximo, y sin decir palabra —todo estaba listo— se fueron quitando los trapos para meterse en la cama, entre el tijereteo del reloj que les hacía pedacitos las últimas horas —¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!...— y el zumbido de los zancudos que no dejaban dormir.
—Ahora sí que dialtiro se me pasó por alto que cerraran los cuartos para que no se entraran los zancudos. ¡Qué tont-ay, Dios mío!
Por toda respuesta, Cara de Ángel la estrechó contra su pecho; la sentía como ovejita sin balido, desvalida.
No se atrevía a apagar la luz, ni a cerrar los ojos, ni a decir palabra. Estaban tan cerca en la claridad, cava tal distancia la voz entre los que se hablan, los párpados separan tanto... Y luego que en la oscuridad era como estar lejos, y luego que con todo lo que querían decirse aquella última noche, por mucho que se dijeran, todo les habría parecido dicho como por telegrama.
La bulla de las criadas, que andaban persiguiendo un pollo entre los sembrados, llenó el patio. Había cesado la lluvia y el agua se destilaba por las goteras como en una clepsidra. El pollo corría, se arrastraba, revoloteaba, se somataba por escapar a la muerte.
—Mi piedrecita de moler... —le susurró Cara de Ángel al oído, aplanchándole con la palma de la mano el vientrecillo combo.
—Amor... —le dijo ella recogiéndose contra él. Sus piernas dibujaron en la sábana el movimiento de los remos que se apoyan en el agua arrebujada de un río sin fondo.
Las criadas no paraban. Carreras. Gritos. El pollo se les iba de las manos palpitante, acoquinado, con los ojos fuera, el pico abierto, medio en cruz las alas y la respiración en largo hilván.
Hechos un nudo, regándose de caricias con los chorritos temblorosos de los dedos, entre muertos y dormidos, atmosféricos, sin superficie... —¡Amor! —le dijo ella—... —¡Cielo! —le dijo él—... ¡Mi cielo! —le dijo ella...
El pollo dio contra el muro o el muro se le vino encima...
Las dos cosas se le sentían en el corazón... Le retorcieron el pescuezo... Como si volara muerto sacudía las alas... «¡Hasta se ensució, el desgraciado!», gritó la cocinera y sacudiéndose las plumas que le moteaban el delantal fue a lavarse las manos en la pila llena de agua llovida.
Camila cerró los ojos... El peso de su marido... el aleteo... La queda mancha... El reloj, más lento, ¡tijeretic!, ¡tijeretac!, ¡tijeretic!, ¡tijeretac!...
Cara de Ángel se apresuró a hojear los papeles que el Presidente le había mandado con un oficial a la estación. La ciudad arañaba el cielo con las uñas sucias de los tejados al irse quedando y quedando atrás. Los documentos le tranquilizaron. ¡Qué suerte alejarse de aquel hombre en carro de primera, rodeado de atenciones, sin cola con orejas, con cheques en la bolsa! Entrecerró los ojos para guardar mejor lo que pensaba. Al paso del tren los campos cobraban movimiento y echaban a correr como chiquillos uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro: árboles, casas, puentes...
... ¡Qué suerte alejarse de aquel hombre en carro de primera!
... Uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro La casa perseguía el árbol, el árbol a la cerca, la cerca al puente, el puente al camino, el camino al río, el río a la montaña, la montaña a la nube, la nube a la siembra, la siembra al labriego, el labriego al animal...
... Rodeado de atenciones, sin cola con orejas...
... El animal a la casa, la casa al árbol, el árbol a la cerca, la cerca al puente, el puente al camino, el camino al río, el río a la montaña, la montaña a la nube...
... Una aldea de reflejos corría en un arroyo de pellejito transparente y oscuro fondo de mochuelo...
... La nube a la siembra, la siembra al labriego, el labriego al animal, el animal...
... Sin cola con orejas, con cheques en la bolsa...
... El animal a la casa, la casa al árbol, el árbol a la cerca, la cerca...
... ¡Con muchos cheques en la bolsa!...
... Un puente pasaba como violineta por las bocas de las ventanillas.. ...Luz y sombra, escalas, fleco de hierro, alas de golondrinas...
... La cerca al puente, el puente al camino, el camino al río, el río a la montaña, la montaña...
Cara de Ángel abandonó la cabeza en el respaldo del asiento de junco. Seguía la tierra baja, plana, caliente, inalterable de la costa con los ojos perdidos de sueño y la sensación confusa de ir en el tren, de no ir en el tren, de irse quedando atrás del tren, cada vez más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, cada vez más atrás, cada vez más atrás, cada vez más atrás, más y más cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada ver cada ver cada ver cada ver...
De repente abría los ojos —el sueño sin postura del que huye, la zozobra del que sabe que hasta el aire que respira es colador de peligros— y se encontraba en su asiento, como si hubiera saltado al tren por un hueco invisible, con la nuca adolorida, la cara en sudor y una nube de moscas en la frente.
Sobre la vegetación se amontonaban cielos inmóviles, empanzados de beber agua en el mar, con las uñas de sus rayos escondidas en nubarrones de felpa gris.
Una aldea vino, anduvo por allí y se fue por allá, una aldea al parecer deshabitada, una aldea de casas de alfeñique en tuza de milperíos secos entre la iglesia y el cementerio. ¡Que la fe que construyó la iglesia sea mi fe, la iglesia y el cementerio; no quedaron vivos más que la fe y los muertos! Pero la alegría del que se va alejando se le empañó en los ojos. Aquella tierra de asidua primavera era su tierra, su ternura, su madre, y por mucho que resucitara al ir dejando atrás aquellas aldeas, siempre estaría muerto entre los vivos, eclipsado entre los hombres de los otros países por la presencia invisible de sus árboles en cruz y de sus piedras para tumbas.
Las estaciones seguían a las estaciones. El tren corría sin detenerse, zangoloteándose sobre los rieles mal clavados. Aquí un pitazo, allá un estertor de frenos, más allá un yagual de humo sucio en la coronilla de un cerro. Los pasajeros se abanicaban con los sombreros, con los periódicos, con los pañuelos, suspendidos en el aire caliente de las mil gotas de sudor que les lloraba el cuerpo, exasperados por los sillones incómodos, por el ruido, por la ropa que les picaba como si tejida con paticas de insectos les saltara por la piel, por la cabeza que les comía como si les anduviera el pelo, sedientos como purgantes, tristes como de muerte.
Se apeó la tarde, luego de luz rígida, luego de sufrimiento de lluvias exprimidas, y ya fue de desempedrarse el horizonte y de empezar a lucir a lo lejos, muy lejos, una caja de sardinas luminosas en aceite azul.
Un empleado del ferrocarril pasó encendiendo las lámparas de los vagones. Cara de Ángel se compuso el cuello, la corbata, consultó el reloj... Faltaban veinte minutos para llegar al puerto; un siglo para él, que ya no veía las horas de estar en el barco sano y salvo, y echóse sobre la ventanilla a ver si divisaba algo en las tinieblas. Olía a injertos. Oyó pasar un río. Más adelante tal vez el mismo río...
El tren refrenó la marcha en las calles de un pueblecito tendidas como hamacas en la sombra, se detuvo poco a poco, bajaron los pasajeros de segunda clase, gente de tanate, de mecha y yesca, y siguió rodando cada vez más despacio hacia los muelles. Ya se oían los ecos de la reventazón, ya se adivinaba la indecisa claridad de los edificios de la aduana hediendo a alquitrán, ya se sentía el respirar entredormido de millones de seres dulces y salados...
Cara de Ángel saludó desde lejos al Comandante del Puerto que esperaba en la estación —¡mayor Farfán!...— feliz de encontrarse en paso tan difícil al amigo que le debía la vida —¡mayor Farfán!...
Farfán le saludó desde lejos, le dijo por una de las ventanillas que no se ocupara de sus equipajes, que ahí venían unos soldados a llevárselos al vapor, y al parar el tren subió a estrecharle la mano con vivas muestras de aprecio. Los otros pasajeros se apeaban más corriendo que andando.
—Pero ¿qué es de su buena vida?... ¿Cómo le va?...
—¿Y a usted, mi mayor? Aunque no se lo debía preguntar, porque se le ve en la cara...
—El Señor Presidente me telegrafió para que me pusiera a sus órdenes a efecto, señor, de que nada le haga falta.
—¡Muy amable, mayor!
El vagón había quedado desierto en pocos instantes. Farfán sacó la cabeza por una de las ventanillas y dijo en voz alta:
—Teniente, vea que vengan por los baúles. ¿Qué es tanta dilación?...
A estas palabras asomaron a las puertas grupos de soldados con armas. Cara de Ángel comprendió la maniobra demasiado tarde...
—¡De parte del Señor Presidente —le dijo Farfán con el revólver en la mano—, queda usté detenido!
—¡Pero, mayor! ... Si el Señor Presidente... ¿Cómo puede ser?... ¡Venga... vamos... venga conmigo... hágame favor... venga... permítame... vamos a telegrafiar!
—¡Las órdenes son terminantes, don Miguel, y es mejor que se esté quieto!
—Como usted quiera, pero yo no puedo perder el barco, voy en comisión, no puedo...
—¡Silencio, si me hace el favor, y entregue ligerito todo lo que lleva encima!
—¡Farfán!
—¡Que entregue, le digo!
—¡No, mayor, óigame!
—¡No se oponga, vea, no se oponga!
—¡Es mejor que me oiga, mayor!
—¡Dejémonos de plantas!
—¡Llevo instrucciones confidenciales del Señor Presidente..., y usted será responsable!...
—¡Sargento, registre al señor! ... ¡Vamos a ver quién puede más! Un individuo con la cara disimulada en un pañuelo surgió de la sombra, alto como Cara de Ángel, pálido como Cara de Ángel, medio rubio como Cara de Ángel; apropióse de lo que el sargento arrancaba al verdadero Cara de Ángel (西班牙留学网xibanya.liuxue86.com) Y desapareció enseguida.
La sirena del barco se oyó mucho después. El prisionero se tapó los oídos con las manos. Las lágrimas le cegaban. Habría querido romper las puertas, huir, correr, volar, pasar el mar, no ser el que se estaba quedando —¡qué río revuelto bajo el pellejo, qué comezón de cicatriz en el cuerpo!—, sino el otro, el que con sus equipajes y su nombre se alejaba en el camarote número 17 rumbo a Nueva York.
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西班牙语没有英语这么复杂的发音规则。他几乎每一个字母都只有一个特定的音,我举个例子,a这个字母无论何时都发“阿”这个音,e发“唉”(口型小点,跟英语里的e差不多)。西班牙语只有一个音是比较难发的,那就是r这个字母,他发的是大舌颤音,其实,西班牙语最难得不是他的发音,而是他的语法和动词变位。你一学就知道了,背的东西太多。还有,他的语速不是一般的快,你要做好心理准备,和英语不是一个数量级的!!我建议你最好提前买一本西班牙语看看,因为它比英语难学的多的多 。
1. 西班牙语属于拉丁语系,比英语要科学,是不要音标的拼音文字,掌握发音规则后就能够”见词发音”。短短的入门,学的好,就可以地道流利地读出所有的西班牙文章,这是第一关!西班牙谚语中把最难做的事情比做”学汉语”,可见有中文水平的人学西班牙不是成了最容易的事了?
2. 西班牙语的小舌音,卷舌连续抖动的r、rr是中国人的难点,窍门有三。一、发音前多加上“德拉”;二、利用漱口的时候,多延时5分钟——“嘟鲁鲁”;三、坚持2-4周利用上下班和无人的时候,练习卷舌,以上三点定会让你有“西班牙”味!还有些音是要声带镇动的,要注意!
3. 掌握西班牙语动词的变位也是个要死记硬背,熟能生巧的活!他的变化是为了口语交流中大量的省略主语,口语的方便带来的动词变位头痛是每一个有志学好西班牙语的人要克服的难关。有人说:“流利地读,熟练变位”掌握好了,西班牙语就学会了一半啊!初学者就没有白学!你也知道了重点在哪里了,可以集中精力去攻哪一块了。
4. 有点英语基础的人,会发现西班牙语单词在多数主要单词词干上非常接近,这样大家学习起来又省了些劲!
5. 学习任何外国语,要以模仿开口为优先,背会一句就应用一句,这样就算掌握了。不要,先纠语法一堆,就是不敢开口!讲错了,因为你是外国人,别人的背景比你大,所以人家仍然能听懂你,就象外国人讲汉语,即使很不准,你也能听懂,搞明白,会原谅他的不标准的。胆子大是第一啊,有人说过,你学外语多数都不是为了当电台标准播音员吧,何况,即使母语能挑上当播音员的又有几个?降低标准,抓住重点,能绕开你学语言的误区!
2012年02月22日 《网上学西班牙语:西班牙语阅读《总统先生》西班牙语(38)》来源于西班牙留学https://xibanya.m.liuxue86.com